jueves, 22 de mayo de 2008

Donde todos los perros van al baño

A la más grande de todas, le llamaba su casa. Por teléfono, con auricular y a gritos desde el balcón para el sexto piso. Conocía siete ciudades, sabía pararse, pero no dibujarse.

Le hacía vestidos a sus lápices y dibujaba familias felices con cicatrices gigantes, era una montaña rusa para cualquier psicoanálisis.

Conocía los mapas de mundos extraños, creía todo lo que leía y repetía todo lo que oía. -sabes que no te describo muy bien y no sé para qué me obligas a hacerlo-
Un día corrió con siete pasos demás y se dio cuenta que el mundo giraba, entonces pensó en quedarse quieto y dejar que el mundo lo moviese hacía donde quisiese, se sentó en ese banco y jamás se paró –Para la otra le pides a otra persona que cuente tu absurda historia-
Allí conoció a su mejor amigo, un muchachito chiquito de la casa frente a la plaza abajo del banco. El entendió su historia, también los limpiadores y la cafetería que abrió exclusivamente para darle comida, trabajo y techar la banca cuando llovía o dormía, o conocía la necesidad vacía de privacidad y respeto ajeno.

Trabajaba amasando harina en la otra parte de la baca (dentro de ella no era prohibido desplazarse) y se enamoró de la chica que horneaba los panes. Otra persona que los comprendió fue el cura que los casó en la banca y la compañía que les vendió la luna de miel, la cual consistía en un balde con agua caliente, algunos cócteles y una foto caribeña de 30X40 –No diré que te estafaron con el precio, ya la historia es suficientemente elocuente, como para sumarle un debate sobre el imperialismo y sus creces-

Consiguió la autoría de la cafetería y dejó a su amigo administrándola, este se mudó a una casa más cerca de la banca junto a su mujer y a su gestación de dos meses. Para el primer aniversario, su mujer le regaló una ampliación de la banca, ahora tenía segundo piso y unas almohadas.
Su señora quedó embarazada y cuando tenía 10 meses, una extraña alergia a la madera la alejó de su hogar, su hijo heredó la enfermedad.
Al cabo de veinte años, murió su mujer, no pudo resistirse a acercarse a la banca para estar con él. Alguien más que los pudo entender, fue el cementerio que accedió a poner una sucursal frente a él.
Su hijo entro a la universidad, estudió arquitectura y creo muchos parques con bancas de metal, se casó con la hija de su amigo e hicieron una banca de metal frente a la de su papá.
-Lo siento, pero te contaré el final- Un día la banca se movía más de lo normal, se caía un tornillo y su casa se estaba a punto de derrumbar, comprendió que había vivido una mentira y no halló otra cosa más que saltar.

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