sábado, 26 de abril de 2008

La vida lenta de Ignacio

Iba Ignacio a su lugar de trabajo, que suele ser un lugar desagradable donde hasta respirar es fastidioso. Combinó la corbata con los calzoncillos, por si acaso era su día de suerte o todo lo contrario, si fuese el peor día de su vida acabaría desnudo frente a una enfermera que notaría lo poco gustoso de su íntimo vestuario. Ignacio solía juntarse con gente que se vestían bien por dentro y por fuera, por si acaso, y él porque rima y es cierto, les hacía caso. Ese día tomo el café con endulzante por la misma razón, limpio la manilla de la puerta, dijo tres veces Anita lava la tina y se marchó.
Tenía auto, pero prefería no tenerlo, comía sano, pero no le traína nada bueno hacerlo, se lavaba las manos antes y después de ir al baño sólo si alguien podía verlo. No había nada más placentero en la vida de Ignacio, que darle la mano al jefe sin lavarse las manos, es la sensación de rebeldía sin ningún sentido que le hacía creer que su vida si tenía de lo mismo.
Retrocedió en cámara lenta, avanzó unos semáforos y sin darse cuenta una luz amarilla colmaba sus azules ojos almendra. Y bueno les contaría el final de la historia, pero eso arruinaría el cuento.

miércoles, 23 de abril de 2008

La otra jirafa

Aún no sé porque habrá nombrado a las jirafas, la irreverencia suele alterar las cabezas y aflora la conciencia que suplica coherencia. Yo quiero hablar de jirafas, de gorriones, pensar en colibríes y no darles nombre. Creer en los brujos y los magos sin dar prueba de lo no comprobado, hablar de la cordillera que separa la tierra con tierra.
Yo vengo del norte al sur, mucho más debajo de lo que creía existía estabas tú "Con la suerte de todos los colores" y no sabía que eras como yo, que contestarías todas mis preguntas, como ¿Quién besa a las jirafas? O si venimos todos de Caín y Abel ¿Por qué el incesto es un pecado? Sabes que quiero prenderte todas las velas, azul para lo que sea y blanca porque lo tiene todo. Quiero que me llenes de fe y quitártela un poco, quiero caminar contigo todos los caminos que no hemos conocido y soplarte en las noches los mosquitos. Quiero soltarte de la mano sólo para que veas mis pasos, sabes que seguiremos llorando y la vida dará más palmazos, tranquilo amigo, yo voy a curarte los zapatos.
Es curioso que ahora me guste el campo y a ti la ciudad, más curioso es que me llevaste a donde todo debía empezar

Para los que muerden la barriga y regañan


Cuando veo a mi perro que le muerde la barriga a su madre porque la acaricio más de lo que él considera apropiado, empiezo a pensar que los celos no son actos que necesiten gruesos requerimiento intelectuales para ser consumados. O quizás todo lo contrario, quizás los perros se han apropiado de cada mero gesto que le expreso, y tanto grito por el teléfono y ataques de ira que ha presenciado, le han hecho creer que los celos deben de ser.
Esta me parece una teoría muy razonable, numerosa gente ha dicho que para celar hay que querer y mi perro demuestra una y otra vez que lo sabe hacer. Ahora habría que preguntarse si para querer hay que pensar y si fuera así entonces los mongos no querrían y los tontos no odiarían. Porque si para querer hay que saber, entonces para odiar también y si fuese así celar sería querer, lo que te haría pensar para luego odiar, ya que luego de celar empiezas a odiar.
Mi perro no sabe de odiar, él sólo muerde la barriga y la regaña.
Es como si supiera que las caricias son buenas y que para tenerlas hay que luchar, gritar, hacer pataletas callejeras para que todos sepan que no compraste algo, ni siquiera lo hiciste pero ahora que lo quisiste y lo tuviste, lo perteneciste. Tanto así que tu decides dónde poner el límite de la mano o la mirada y ojalá de la mente si pudieses. Para así poner en él una reja de seguridad como la de un animal en un zoológico. Esa es otra palabra que podríamos analizar, porque si la separamos sería zoo y lógico, zoo viene de animal y lógico lo natural. De este modo nos creemos que es legal encarcelar a un animal, por eso quizás también es natural celar, que es querer encerrar al hombre que es un animal.
Aunque mi perro no sabe de encerrar, él sólo muerde la barriga y la regaña. Es como si supiese que amar es obligar, no perdón lo confundí con amarrar. Quizás amar es el diminutivo de amarrar y por eso la gente comenzó a celar, porque las palabras hacen la verdad y la verdad hace al hombre que es un animal, un animal como mi perro que también sabe celar. Lo que no nos dejaría nada particular, sólo que mi perro y tú se parecen cada día más.