jueves, 17 de septiembre de 2009

La Extraña Cordura


Una vez un muchacho de mi colegio enloqueció. Se puso a tirar piedras a la ventana de inspectoría y luego golpeo al director mientras gritaba tantos garabatos al mismo tiempo que no pude retener ninguno. El cuervo –así le decían al director- no podía creer que alguien lo odiara tanto. Se habrá sorprendido más cuando todo el colegio salió a aplaudirle al chiquillo, de quién sólo recuerdo su apellido, Pizarro. Yo siempre creí que era raro, no sé si por sus lentes que le hacían ver unos ojos gigantes o el hecho que siempre lo veía hablando solo. Era extraño, pero nunca creí que se volviera así de loco. No se supo la causa que desató la furia en Pizarro, pero debo admitir que siempre lo he admirado. Nadie nunca tuvo las agallas de gritarle al Cuervo todo lo que hacía falta y en cuanto alguien se atreve a escupirle unas cuantas verdades en su cara, lo tildan de loco.
Creo que no hemos equivocado durante muchos años. Lo que realmente es poco cuerdo en este lugar es que todos tengamos que sonreír y ocultar la verdad. Que no podamos ser lo que queremos y decir lo que pensamos, porque nuestros vecinos, padres, profesores, amigos, se pueden enfadar. O peor aún, terminar zombis como Pizarro debido a la cantidad de medicamentos que le terminaron recetando. Si lo pensamos bien, lo único demente aquí es que todos debemos vivir de la misma forma, usar las mismas palabras y una ropa algo parecida para que nada parezca extraño.
Gloria Trevi rompe las pantis y termina en la cárcel. Michael Jackson quiere ser único y termina siendo juzgado como el más grande loco de patio. Creo que en el diccionario divino cambiaron las palabras y lo cuerdo resulta ser lo chiflado.
Todos estamos aquí de paso. El mundo es una escala hasta nuestro eterno viaje y ni siquiera, sabiendo que esta estación es más mínima que un pestañeo, nos permitimos ser y hacer lo que queremos.
Estamos todos a un paso de caer en el abismo de la locura. Nos hemos reprimido tanto, hace quien sabe cuanto, que está apunto de reventar esta olla de presión. No tenemos mucho tiempo para despegarnos de esta realidad. La hipocresía es más contagiosa que la porcina y no nos protege usar mascarilla. Dejemos de ser lo que los otros desean ver y estemos un poco descabellados de vez en cuando. Me arrepiento de no haber gritado suficiente, de no haber cantado en el metro más fuerte, de no seguir vistiendo como quise hacerlo y de no haber agarrado una piedra y ayudar a Pizarro cuando tuve tiempo.
Sal a la ventana y vuélvete loco, sal en toalla, bebe tequila un martes a las ocho de la mañana, cree que Peter Pan puede aparecer un día y llevarte lejos, nada de lo que pienses será menos cuerdo que un hombre en una nube esperando por nosotros en el cielo. Sé tú mismo, porque sólo tienes una oportunidad para serlo

lunes, 14 de septiembre de 2009

Antes de la Luna llena



Vi un anuncio en Mercado Libre y no pude resistirme. Estaban ahí, con sus orejas paradas y yo con mi corazón deseoso de ser llenado. Era febrero, mi nuevo novio, Flower se había ido de vacaciones sin mí. En cambio se llevó a unas reverendas soberanas hijas de ellas mismas que no merecen ser nombradas. A demás de emborracharse y jotearme al mino, subían fotos al ya fallecido fotolog para aumentar mi desgracia. No es que esté justificando al pobrecito, que de inocente no tiene nada, pero no hay nada peor que una mujer sin sentido de lealtad al género. Después de todo, si nos pasamos cagando entre nosotras mismas ¿Quién no lo hará? Reitero, él es el mayor culpable en este juicio, pero yo a los hombres hace rato dejé de tenerles confianza. No me sorprende.
En esos días en que el nadaba por los lagos de Puerto Varas y yo navegaba en el mar cibernético de la desconfianza, algo apareció. Hace rato había sufrido un terrible adiós y estaba lista para superarlo. Le mostré a mi mamá su foto, parecía un zorrillo en miniatura. Mi mamá que había llorado reharto, se decidió a buscarla. Agarramos a mi papá y las dos, con una pataleta de aquellas, lo metimos en el auto. No fueron más de quince minutos los que estuvimos andando. Llegamos y una señora, de pelo enroscado y panza amontonadamente tierna, nos abrió. Me paro de tras del terciopelo gris del sillón y me doy cuenta de que allí estaba. En ese entonces no sabía quién era, ni cuánto llegaría a amarla. Pero no importaba, allí estaba, desesperada luchando con su hermano por el que sería su último sorbo de leche materna. La tomé en brazos y sabía que me iría con ella. Nos despedimos de su madre, Retana. A quién mi madre recurre cada vez que comento su evidente gordura; “Su mamá era igualita”, me dice sabiendo que es mentira.
Así fue. La subimos en el auto, yo aún no sabía que era Luna, ni lo bien que le quedaba. Fuimos a comprarle comida y un juguete, para que no extrañara la caliente panza llena de leche que ahora le faltaba. Era un perro café de grandes orejas, pequeño, pero en ese momento infinitas veces más grande que ella. Luego de los trámites básicos partimos a su hogar.
Le mostramos la camita que solía ocupar Cherry, nunca la usó, quizás también sabía que no fue para ella. Llamé al supuesto traidor y le conté de la miniatura que no llegaba a llenar un cuadrado del piso de la casa.
-¿Qué raza es?-
-Schnauzer también. Es hermosa.-
-Me imagino- Me contesta, aún sin saber, cómo ella llegaría a cambiar su vida también.
Corté el teléfono, ya no me importaba con quién o en qué estaba. Tenía con quién quejarme, la mejor amiga y más fiel que he tenido. Le mostré la casa, a su vecino Boby, le di leche y fotografíe su panza. Llegó la noche y la acosté en mi cama, le prometí que esta sería su casa para siempre. No mentiré, le hablé del rompe corazones ése. Le dije que era bueno, pero que por estos días no estaba. Que las mujeres debíamos aprender a andar solitas y no acostumbrarnos a estar acompañadas. Que las manos entrelazadas debían ser para el camino y no el destino. Que los hombres y que lo sabrá más adelante, siempre se marchan. Esa noche durmió un poco preocupada, espero que haya sido por su leche y no porque le maté alguna esperanza.