domingo, 26 de septiembre de 2010

El ingeniero junto a mi ventana


Eran lo días de los océanos de hielo, las palabras agudas de los marchitos poetas de los sueños. Los sujetos que sacaban sueños del sueño de los niños a seguir creciendo. El de los padres por encogerse y ser pequeños. El de los abuelos por morir sin darse cuenta y que les regalen el agujero.
Son muchas las lágrimas que han acabado con la vida de esta cuadra. A la mitad, vive una señora que roba pelotas y que de seguro jamás escuchó la canción de Arjona, quizás es sorda. Sorda a las palabras más importantes, ciega a los atardeceres hermosos. Porque jamás la he visto asomarse, ni siquiera de reojo, para que nadie calcule el latido que su corazón intenta dar, para demostrar que está viva, que no es una víbora devorando ojos y pelotas de futbolistas en sueños.
Está un señor muy coqueto, que se queja del vientre abultado de vida, de quien juró amar para siempre. Se queja del llanto de la semilla que la cultura le obligó a plantar. Nadie trajo niños a llorar, nadie quiere más manos golpeando pequeñas cabezas a las cuales hay que enseñar a amar. He puesto unas cuantas multas en mi mente, a los padres aberrantes y poco cariñosos. A los que en la noche se escapan, a los que no han vuelto a ver que todo lo que dejaron no eran escombros. Era una pequeña vida que arruinaron, fue la mujer que confió su desnudo pecho a sus cochinas manos.
Hay una familia que se niega a ser real, poseen la mano inmortal de la mortalidad. Tienen la obligación de creer lo que un señor con bolsillos grandes en la última misa dejó caer. Dejan el 1% y se liberan de querer tener sexo sin despojo.
Hay muchas cuadras, pero ninguna como esta. Tenemos gente buena, pero que siguen espantando con una sonrisa de cuero, al retoño del ingeniero que veo en el árbol junto a mi ventana. Ha llovido mucho ácido esta temporada, pero el nido de ese pájaro ha sido más fuerte que los 50 millones invertidos en la casa de enfrente. Y ese pequeño, con un pico más grande que el que lo demuestra con repulsivas angustias, vuelve todas las tardes con comida para su pequeño y la madre. El es un hombre y tú eres carne.