lunes, 25 de enero de 2010

El extraño mundo de las Sharon y Britney



El otro fui a un lugar . Un lugar donde la gente gasta 150 mil pesos en un pisco Capel y otras 120 en una mujer. Donde se puede ser puto sin pensar en el infierno. Fui a un lugar donde nunca pensé estar. Fui al Passapoga y no me bastó con eso, hice un estriptís en el



Es viernes cerca de las 10 de la mañana y me duele respirar. No puedo pararme ni estar acostada, me duelen los pies, las manos, la panza, los muslos, el trasero y la espalda. Para rematar también tengo el autoestima un poco baja. El día anterior subí a una pasarela y fingí quitarme la ropa. Agarré un fierro con todas mis fuerzas y me colgué de él o por lo menos lo intenté. Son las 10 de la mañana y me pregunto porqué gente por opción se somete a esto cada semana.

Antonio es bailarí. Se regodea de modelos y les enseña a menear todo lo que Dios le dio y el doctor arregló. Su caño a pasado por Marlene Olivarí, Yasna lobos y todas las chiquillas de Fiebre de Baile. Tanta fue la sensación que se le ocurrió montar una academia de baile del caño. Pero no cualquier academia, una donde todas realmente pudiesen liberarse. “Es súper buen ejercicio, pero claro, no es lo mismo hacerlo en el Passapoga que hacerlo en un gimnasio”, comenta mientras vemos bailar a Vivian, una modelo brasileña a quien lleva enseñando por más de un año.

Mientras veo a Vivian, como se cuelga de cabeza, se lanza de un caño a otro y repite una y otra vez el Bombero, me pregunto si colgada de ese fierro realmente podré liberarme.

Son las 3. Llegaron dos chicas estupendas y Antonio me avisa que viene mi turno. Se me ponen los pelos de punta, aunque sabía que todo terminaría en esto, no esperaba ver a dos madres cuarentonas, regias como ellas solas, acompañarme a hacer el ridículo y tratar de moverme algo en el caño.

Paso al camarín y aún no percibo cuantas chicas, todos los días, se viste frente a estos casilleros esperando desvestirse. Brintey, Sharon, Connie, Rachel y otros nombres de striper clichés cuelgan de las puertas. Hay plumas, tacones, tangas fluorescentes, disfraces y brillo por todos lados. Agarro mi mochila y saco el buzo medio desteñido que me compro mi mamá, me deprimo un poco. En la pared frente a los camerinos está pegado un papel con las comisiones que cada chica recibe al conseguir que uno de los ricachones que va a diario le compre un trago. Se llama trago Chica y cuesta 14 mil pesos, ellas ganan a partir de las 9 de la noche 2500 pesos por cada uno. Mi amor propio sube un poco.


Salgo y veo al profesor listo para tomar posición. Las señoras traen tacos y encima de los pantalones se colgaron una mini, se soltaron sus largos cabellos rubios y se afirmaron al caño –mi estado inicial, deprimida total, vuelve a reinar- . Antonio pregunta que música quieren “Gordo ponte la Brintey, I love Rock and Roll es mi canción para el caño, lo juro”, dice la más joven de todas.



En estos momentos el nerviosismo había hecho que olvidara, la entrevista, la zona, las preguntas, la cámara y todo por lo que ahí me encontraba. En un momento de lucidez le pregunté sus nombres y si podía sacarles algunas fotos. Abrieron sus grandes ojos y me respondieron a coro “te morí, too much, si mis hijos se enteran que su mami está bailando el caño en el Passapoga, te morí, jajaja no, no, no”. Sí, por si se lo preguntas, ambas tienen una papa gigante en la boca y usa ese acento típico de un autóctono de Plaza Italia hacía el norte. ¡Y cómo no! Son pocos los que pueden pagar 15 lucas por clase. En la hora y media que estuve allí, Antonio le enseñó a moverse al estilo striper a 6 mujeres y otras dos llamaron para confirmar la hora. Saque usted la cuenta.

El precio de las clases me hizo pensar que quizás las esposas de estos adinerados hombres que van allí noche tras noche, son las mismas que de día bailan en esos mismo caños, con el mismo dinero que su esposo con las mismas manos puso en la tanga de Britney, Sharon o Connie.

Al ritmo de la princesa del Pop Antonio nos motiva. Él hace primero las poses y nosotras, las imitamos. En el caño, pude dar media vuelta, me elevé unos treinta centímetros del suelo y duré unos 10 segundos colgando. Todo un record para mi nula fuerza de brazos. Mis compañeras bailan y saltan como todas unas expertas. Debe ser cierto eso que Freud dijo alguna vez, y en verdad toda mujer desea secretamente ser deseada como una prostituta. Y no es que todas las mujeres que bailan en el Passapoga intercambien sexo a cambio de dinero, pero la gran mayoría sí lo hacen. “Es lo que más les conviene, cobran unas 120 lucas por cliente, es bastante más rentable que la plata que reciben por trago”, me cuenta Antonio en lo que recupero el aire.

Luego de las primeras piruetas viene el strip dance. Me paro al frente del escenario y me saco la polera, vuelvo al fondo y luego al caño, termino con un bombero y una onda de espaldas. Antonio nos da un aplauso, las chicas se abrazan y sobresale su adrenalina. Vuelvo al camerino, me cambio de ropa y agarro mi mochila. Subo la escalera y me despido de las estatuas desnudas de bronce que están en la puerta.

Me duelen las piernas, la espalda, estoy cansada. Me siento fuerte y con un par de kilos menos. Sigo caminando para no bajar el ritmo. Me detengo un par de cuadras más tarde y descanso en un Dominó. Como un completo y recupero todo lo que en el caño había perdido.


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